Francisco Iturrino González: El color del sur, el cuerpo y el toro
Un faro en la infancia
Nacido el 9 de septiembre de 1864 en Santander, Francisco Nicolás Iturrino vino al mundo en el hogar de un farero vasco, Miguel Iturrino, y de Joaquina González. Su primer horizonte fue la costa atlántica, la luz cambiante de la bahía, el rumor constante del mar. En 1872, su familia se trasladó a Bilbao. Allí, al abrigo del hierro y del arte incipiente, comenzó a dibujar en 1879 con una pulsión autodidacta que pronto se volvió destino.
De la ingeniería al instinto
En 1884 viajó a Bruselas para estudiar ingeniería industrial, pero las máquinas no podían competir con la fiebre del color. Abandonó los planos para abrazar los pinceles, y allí mismo inició su verdadera formación artística. Pronto se movería por Ginebra, Florencia y, finalmente, París, la meca de todos los que querían cambiar la mirada del mundo.
Francisco Iturrino, Caballos
París, Matisse y el estallido fauvista
En 1901 se instaló en París. Coincidió con Picasso en la galería Vollard y se integró en el grupo de los llamados “fauves” (bestias salvajes), al lado de Henri Matisse, Derain y, sobre todo, Henri Manguin, con quien le unió una amistad vital y pictórica. Allí cambió su paleta: los verdes se encendieron, los rojos se hicieron plenos, los negros desaparecieron. Iturrino descubrió que el color no debía imitar la realidad, sino interpretarla. “El arte no necesita justificación si hay vida en el trazo”, escribió alguna vez.
Viajes, mujeres, jardines y deseo
Durante la década siguiente recorrió España, el norte de África y el sur de Francia. Se dejó empapar por la luz de Sevilla, por los patios andaluces, por el movimiento de los cuerpos gitanos, por el fulgor de las fiestas. Sus temas fueron los que ardían: el desnudo femenino, los jardines frondosos, los retratos de mujeres sin artificio. Pintaba como quien celebra, no como quien documenta.
Francisco Iturrino, Tarde de fiesta
El regreso a España
En 1911 volvió a España. Vivió en Madrid, luego en Málaga, hasta que la enfermedad comenzó a cercarlo. Una gangrena obligó a amputarle una pierna. Replegado físicamente, no dejó de pintar con energía. Murió en Cagnes-sur-Mer, en la Costa Azul francesa, el 20 de junio de 1924. El reconocimiento llegó más tarde, como suele ocurrir con los adelantados.
La tauromaquia, desde el color
No fue un pintor de toros al uso. Pero el mundo taurino le atraía por lo mismo que el cuerpo desnudo o el jardín andaluz: por su potencia vital, por el ritual, por el color. Su tauromaquia no narra el drama ni el triunfo, sino que evoca el aire que rodea al toro, el calor de la plaza, el revuelo del capote como un ala.
Pintó escenas taurinas sin convertirlas en género. No hay sangre ni estoque. Hay un toro que es presencia sagrada, y un ruedo que es escenario de misterio. En Toros en Ronda, por ejemplo, no asistimos a una faena, sino a un acto de veneración solar. La plaza es un crisol, y el toro, un centro magnético.
Francisco Iturrino, Corrida de toros
Gitanas y toreros, el sur absoluto
Su pintura taurina se mezcla con las mujeres gitanas, con los bailes flamencos, con las fiestas populares. Son elementos de una misma cosmovisión. Iturrino entendía que el toreo no era sólo una técnica, sino un lenguaje simbólico. Lo importante no era contar lo que pasa, sino dar a ver lo que se siente.
Un legado revalorizado
A pesar de no alcanzar la celebridad de Picasso ni la aceptación académica de Sorolla, su obra ha sido objeto de una creciente revalorización crítica. Hoy se le reconoce como uno de los grandes pioneros del arte moderno español. Se conservan obras suyas en el Museo Reina Sofía, la Colección BBVA y otros fondos públicos y privados. Su catálogo taurino sigue sin recopilarse de forma exhaustiva, pero su huella está. Allí donde un capote vibra como un girasol, está Iturrino.
Epílogo: una pintura con sed de sol
Francisco Iturrino fue un pintor de cuerpos, de fiestas y de toros, pero sobre todo, un pintor de la vida en su expresión más ardiente. Su arte no buscaba captar un instante, sino celebrar lo que arde detrás de él. Iturrino no esperó a que llegaran los tiempos nuevos: los pintó con luz propia.
Francisco Iturrino González: El color del sur, el cuerpo y el toro
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Re: Francisco Iturrino González: El color del sur, el cuerpo y el toro
Vivan los pintores toreros
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