Genaro Pérez Villaamil y Duguet: el pintor que soñó una España monumental
Publicado: Vie Jun 20, 2025 11:10 am
Genaro Pérez Villaamil y Duguet: el pintor que soñó una España monumental
Un talento precoz entre mapas y escenografías
Genaro Pérez Villaamil y Duguet (Ferrol, La Coruña, 3 de febrero de 1807 – Madrid, 5 de junio de 1854) es recordado como el mayor representante del paisajismo romántico en España y una de las figuras más influyentes de la pintura del siglo XIX. Nació en el seno de una familia culta y disciplinada: su padre, Manuel Pérez Villaamil, militar y profesor de dibujo, topografía y fortificaciones, se encargó de su educación inicial con la precisión de quien traza un plano de campaña. Su madre, María Duguet, era de origen francés, lo que añade a su biografía un matiz cosmopolita desde la cuna.
Genaro Perez Villaamil La capilla de los Benavente en Medina de Rioseco A los cinco años ingresó en el Colegio Militar de Santiago de Compostela, donde ya apuntaba maneras: dibujaba con soltura planos de fortalezas, y se familiarizó pronto con la lógica de la geometría y el paisaje técnico. Sin embargo, el arte fue más fuerte que la táctica. Años más tarde, ya instalado en Madrid, optó por cambiar el sable por el pincel.
Apenas contaba con veinte años cuando se vio envuelto en los acontecimientos políticos que sacudían el país: participó en la resistencia contra los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823. Esta experiencia, unida a su vocación visual, templó su carácter. Poco después emprendió viaje a Puerto Rico, donde trabajó como escenógrafo teatral, oficio que afiló su sentido del encuadre, la atmósfera y la composición. Aquella etapa caribeña, a menudo silenciada por la historiografía, le dio una soltura técnica y un sentido del espectáculo que no abandonaría nunca.
Genaro Perez Villaamil Iglesia de Santiago el Menor, en Lieja Romanticismo monumental y mirada europea
De regreso a Madrid en los años treinta, entró en contacto con la élite cultural de su tiempo y consolidó su carrera artística. El encuentro con el escocés David Roberts en 1833 fue decisivo. Roberts, afamado por sus escenas orientales y medievales, le contagió una mirada romántica, entre melancólica y grandiosa, que caló hondo en Villaamil. Desde entonces, sus paisajes se llenaron de arquitectura monumental, luces crepusculares y horizontes que parecían escenas teatrales.
Nombrado pintor de cámara de Isabel II y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fue también el primer catedrático de paisaje en dicha institución, donde defendió con ardor que el paisaje debía dejar de ser considerado un género menor. No pintaba por decorar, sino por educar y conmover. A través de sus obras, pretendía despertar una conciencia histórica y estética del patrimonio monumental español, en una época en que muchos monasterios, castillos y conventos se derrumbaban en silencio.
Genaro Pérez Villaamil Vista del interior de una catedral Viajó por media Europa: Francia, Bélgica, Escocia, Inglaterra e Italia. Esos viajes le permitieron comparar y, en cierto modo, envidiar la protección del patrimonio arquitectónico en otros países. España, con su esplendor ruinoso, le parecía un sueño a punto de desvanecerse, y quiso fijarlo en la pintura. Fue entonces cuando concibió su proyecto más ambicioso: España artística y monumental, publicado entre 1842 y 1850, con textos de Patricio de la Escosura y grabados de altísima calidad. La obra —una joya editorial del romanticismo— no solo difundió la imagen monumental de España por Europa, sino que elevó el paisajismo arquitectónico a un nivel nunca antes alcanzado.
Dibujante veloz, cronista de lo eterno
Villaamil dibujaba con rapidez y eficacia. Se decía de él que podía llenar una hoja en minutos sin perder la proporción ni la intención. Sus vistas de la Mezquita de Córdoba, la capilla de los Benavente o Toledo no son documentos topográficos, sino escenografías del alma: transforman el espacio real en espacio evocador. Junto a su producción más monumental, desarrolló también una faceta costumbrista que a veces se pasa por alto: sus escenas de tipos populares, con personajes extraídos del folclore y la vida cotidiana, revelan un interés sincero por la cultura popular y sus expresiones.
Genaro Pérez Villaamil Cripta Murió en Madrid en 1854, con apenas 47 años, víctima de una afección pulmonar. No llegó a ver el reconocimiento pleno de su obra, aunque sí alcanzó el favor de sus contemporáneos. La crítica moderna lo ha colocado, con justicia, entre los grandes románticos europeos: lo que Friedrich fue para Alemania o Turner para Inglaterra, Villaamil lo fue para España. Pero mientras aquellos miraban hacia el misterio de la naturaleza o el color atmosférico, él miraba hacia el pasado arquitectónico de su patria, con un pincel que fue también una alarma y un acto de amor.
Un talento precoz entre mapas y escenografías
Genaro Pérez Villaamil y Duguet (Ferrol, La Coruña, 3 de febrero de 1807 – Madrid, 5 de junio de 1854) es recordado como el mayor representante del paisajismo romántico en España y una de las figuras más influyentes de la pintura del siglo XIX. Nació en el seno de una familia culta y disciplinada: su padre, Manuel Pérez Villaamil, militar y profesor de dibujo, topografía y fortificaciones, se encargó de su educación inicial con la precisión de quien traza un plano de campaña. Su madre, María Duguet, era de origen francés, lo que añade a su biografía un matiz cosmopolita desde la cuna.
Genaro Perez Villaamil La capilla de los Benavente en Medina de Rioseco A los cinco años ingresó en el Colegio Militar de Santiago de Compostela, donde ya apuntaba maneras: dibujaba con soltura planos de fortalezas, y se familiarizó pronto con la lógica de la geometría y el paisaje técnico. Sin embargo, el arte fue más fuerte que la táctica. Años más tarde, ya instalado en Madrid, optó por cambiar el sable por el pincel.
Apenas contaba con veinte años cuando se vio envuelto en los acontecimientos políticos que sacudían el país: participó en la resistencia contra los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823. Esta experiencia, unida a su vocación visual, templó su carácter. Poco después emprendió viaje a Puerto Rico, donde trabajó como escenógrafo teatral, oficio que afiló su sentido del encuadre, la atmósfera y la composición. Aquella etapa caribeña, a menudo silenciada por la historiografía, le dio una soltura técnica y un sentido del espectáculo que no abandonaría nunca.
Genaro Perez Villaamil Iglesia de Santiago el Menor, en Lieja Romanticismo monumental y mirada europea
De regreso a Madrid en los años treinta, entró en contacto con la élite cultural de su tiempo y consolidó su carrera artística. El encuentro con el escocés David Roberts en 1833 fue decisivo. Roberts, afamado por sus escenas orientales y medievales, le contagió una mirada romántica, entre melancólica y grandiosa, que caló hondo en Villaamil. Desde entonces, sus paisajes se llenaron de arquitectura monumental, luces crepusculares y horizontes que parecían escenas teatrales.
Nombrado pintor de cámara de Isabel II y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fue también el primer catedrático de paisaje en dicha institución, donde defendió con ardor que el paisaje debía dejar de ser considerado un género menor. No pintaba por decorar, sino por educar y conmover. A través de sus obras, pretendía despertar una conciencia histórica y estética del patrimonio monumental español, en una época en que muchos monasterios, castillos y conventos se derrumbaban en silencio.
Genaro Pérez Villaamil Vista del interior de una catedral Viajó por media Europa: Francia, Bélgica, Escocia, Inglaterra e Italia. Esos viajes le permitieron comparar y, en cierto modo, envidiar la protección del patrimonio arquitectónico en otros países. España, con su esplendor ruinoso, le parecía un sueño a punto de desvanecerse, y quiso fijarlo en la pintura. Fue entonces cuando concibió su proyecto más ambicioso: España artística y monumental, publicado entre 1842 y 1850, con textos de Patricio de la Escosura y grabados de altísima calidad. La obra —una joya editorial del romanticismo— no solo difundió la imagen monumental de España por Europa, sino que elevó el paisajismo arquitectónico a un nivel nunca antes alcanzado.
Dibujante veloz, cronista de lo eterno
Villaamil dibujaba con rapidez y eficacia. Se decía de él que podía llenar una hoja en minutos sin perder la proporción ni la intención. Sus vistas de la Mezquita de Córdoba, la capilla de los Benavente o Toledo no son documentos topográficos, sino escenografías del alma: transforman el espacio real en espacio evocador. Junto a su producción más monumental, desarrolló también una faceta costumbrista que a veces se pasa por alto: sus escenas de tipos populares, con personajes extraídos del folclore y la vida cotidiana, revelan un interés sincero por la cultura popular y sus expresiones.
Genaro Pérez Villaamil Cripta Murió en Madrid en 1854, con apenas 47 años, víctima de una afección pulmonar. No llegó a ver el reconocimiento pleno de su obra, aunque sí alcanzó el favor de sus contemporáneos. La crítica moderna lo ha colocado, con justicia, entre los grandes románticos europeos: lo que Friedrich fue para Alemania o Turner para Inglaterra, Villaamil lo fue para España. Pero mientras aquellos miraban hacia el misterio de la naturaleza o el color atmosférico, él miraba hacia el pasado arquitectónico de su patria, con un pincel que fue también una alarma y un acto de amor.