La Plaza de Toros de Inca: historia viva en piedra mallorquina
Publicado: Mar Ago 05, 2025 12:54 pm
La Plaza de Toros de Inca: historia viva en piedra mallorquina
El 18 de septiembre de 1910, la ciudad de Inca inauguró con entusiasmo su nueva plaza de toros. No todo estaba en pie aún: varios derrumbes durante la construcción habían retrasado los trabajos, pero la afición no quiso esperar más. Aquella tarde, bajo un cielo que prometía historia, hicieron el paseíllo Cocherito de Bilbao, Mazzantinito y Regaterín.
El nuevo coso, de piedra clara y trazado clásico, sustituía a un pequeño recinto anterior y nacía con la intención de consolidar la tauromaquia en el corazón de Mallorca. Su silueta redonda, alzada con orgullo en un solar de la Avinguda de l’Arquitecte Gaspar Bennàzar, se convirtió pronto en uno de los puntos de encuentro más reconocibles de la ciudad.
En 1924 estalló el escándalo. Una tarde de julio, los toreros se negaron a salir al ruedo alegando que los toros de Pérez Tabernero estaban en condiciones inaceptables: uno tuerto, ninguno sobrero. Fueron detenidos, los picadores encarcelados, y las protestas llegaron hasta Palma. El eco del conflicto atravesó el mar. Cinco años después, la tragedia: el torero Ángel Celdrán Carratalá, alicantino de temple sereno, murió en la enfermería tras ser corneado. Es la única muerte en el ruedo que recuerdan las plazas baleares. Desde entonces, su nombre está ligado para siempre a la historia dolorosa del toreo en Inca.
Durante décadas, la plaza vivió tardes de gloria y también de silencio. En 1990 cerró sus puertas. Fueron años inciertos, pero en 1995 regresó el toreo con un cartel ilusionante: Tomás Campuzano, Víctor Mendes y Chamaco, frente a una corrida portuguesa. El coso volvía a respirar.
Desde entonces, la plaza ha sabido reinventarse. Conciertos, ferias, actos populares... La cultura encontró abrigo en su ruedo. Agosto, con las fiestas de San Abdón y San Senén, le devuelve el bullicio de otros tiempos, y en noviembre, el Dijous Bo la integra como parte viva del alma de Inca.
En 2025, la historia volvió a escribirse con tinta brava. Primero, el regreso de Miura tras casi un siglo atrajo a 6.000 espectadores y colgó el cartel de “No hay billetes”. Pero la tarde más memorable llegó el 3 de agosto, cuando el toro Calderero, número 25, de la ganadería Fuente Ymbro, embistió con tal nobleza que Inca entera pidió el indulto. Borja Jiménez, inspirado, templó con hondura hasta que el presidente concedió la gracia.
Hoy, bajo la gestión de Balears Cambio de Tercio S.L., la plaza camina entre el legado y el porvenir. En un tiempo donde la tradición se discute, Inca mantiene su piedra erguida. Porque en su ruedo no solo se lidian toros: también se mide el pulso de una ciudad que no olvida.
El 18 de septiembre de 1910, la ciudad de Inca inauguró con entusiasmo su nueva plaza de toros. No todo estaba en pie aún: varios derrumbes durante la construcción habían retrasado los trabajos, pero la afición no quiso esperar más. Aquella tarde, bajo un cielo que prometía historia, hicieron el paseíllo Cocherito de Bilbao, Mazzantinito y Regaterín.
El nuevo coso, de piedra clara y trazado clásico, sustituía a un pequeño recinto anterior y nacía con la intención de consolidar la tauromaquia en el corazón de Mallorca. Su silueta redonda, alzada con orgullo en un solar de la Avinguda de l’Arquitecte Gaspar Bennàzar, se convirtió pronto en uno de los puntos de encuentro más reconocibles de la ciudad.
En 1924 estalló el escándalo. Una tarde de julio, los toreros se negaron a salir al ruedo alegando que los toros de Pérez Tabernero estaban en condiciones inaceptables: uno tuerto, ninguno sobrero. Fueron detenidos, los picadores encarcelados, y las protestas llegaron hasta Palma. El eco del conflicto atravesó el mar. Cinco años después, la tragedia: el torero Ángel Celdrán Carratalá, alicantino de temple sereno, murió en la enfermería tras ser corneado. Es la única muerte en el ruedo que recuerdan las plazas baleares. Desde entonces, su nombre está ligado para siempre a la historia dolorosa del toreo en Inca.
Durante décadas, la plaza vivió tardes de gloria y también de silencio. En 1990 cerró sus puertas. Fueron años inciertos, pero en 1995 regresó el toreo con un cartel ilusionante: Tomás Campuzano, Víctor Mendes y Chamaco, frente a una corrida portuguesa. El coso volvía a respirar.
Desde entonces, la plaza ha sabido reinventarse. Conciertos, ferias, actos populares... La cultura encontró abrigo en su ruedo. Agosto, con las fiestas de San Abdón y San Senén, le devuelve el bullicio de otros tiempos, y en noviembre, el Dijous Bo la integra como parte viva del alma de Inca.
En 2025, la historia volvió a escribirse con tinta brava. Primero, el regreso de Miura tras casi un siglo atrajo a 6.000 espectadores y colgó el cartel de “No hay billetes”. Pero la tarde más memorable llegó el 3 de agosto, cuando el toro Calderero, número 25, de la ganadería Fuente Ymbro, embistió con tal nobleza que Inca entera pidió el indulto. Borja Jiménez, inspirado, templó con hondura hasta que el presidente concedió la gracia.
Hoy, bajo la gestión de Balears Cambio de Tercio S.L., la plaza camina entre el legado y el porvenir. En un tiempo donde la tradición se discute, Inca mantiene su piedra erguida. Porque en su ruedo no solo se lidian toros: también se mide el pulso de una ciudad que no olvida.