Eulalio López, El Zotoluco: vida, gesta y legado de un torero de raza
Publicado: Sab Ago 23, 2025 7:06 pm
Eulalio López, El Zotoluco: vida, gesta y legado de un torero de raza
A más de veinte años de su gesta con Miura y ocho de su adiós, El Zotoluco vuelve a ser referencia. Su nombre resurge porque simboliza el valor y la verdad del toreo mexicano.
Capítulo I: Orígenes y trayectoria de una figura del toreo
Eulalio López Díaz, conocido universalmente como El Zotoluco, nació el 12 de enero de 1968 en Azcapotzalco, Ciudad de México, dentro de una familia marcada por la pasión taurina. Su apodo no es casual: procede de la ganadería Zotoluca, en Tlaxcala, tierra de toros recios y hombres valientes, donde sus tíos Domingo y Antonio López se labraron un nombre como varilargueros. Aquella raíz lo vinculó desde niño a los ruedos, en un ambiente en el que los toros no eran un espectáculo sino parte de la vida cotidiana.
Debutó como novillero el 24 de abril de 1983 en Lomas Verdes. Apenas un adolescente, alternó aquella tarde con Gerardo Tovar y los hermanos Gómez. Él mismo recordaría años después: “Sentí que el toro me miraba a los ojos y me pedía la verdad, no un juego”. Su presentación en la Monumental Plaza México, el 22 de julio de 1984, fue el primer aviso de que aquel joven iba a trascender. En dos años sumó siete actuaciones en ese coso, cada una con mayor peso y responsabilidad.
El 20 de julio de 1986, en San Buenaventura, tomó la alternativa con el toro Justiciero, de La Playa, de manos de Fermín Espinosa “Armillita Hijo”. Tres años después, en la propia Plaza México, confirmó el doctorado con el toro Bombón, de Rancho Seco. En 1997 cruzó el Atlántico para confirmarse en Madrid con el toro Aguardiente, del Conde de la Maza, en un día lluvioso que puso a prueba más su temple interior que su muleta.
A partir de ahí, su carrera fue un ascenso constante. Más de 1.000 corridas, más de 1.250 orejas, cerca de 100 rabos y más de 20 toros indultados hablan de la dimensión de la figura. Pero detrás de las cifras hay tardes como la de 1998 en la Plaza México, cuando cortó el rabo a Venadito, de Vicky de la Mora. O la de 2000, con el indulto de Romerito, de Los Encinos, en la que la plaza entera coreaba su nombre.
Su estilo mezcló siempre la valentía descomunal con un clasicismo sobrio. En México, en Aguascalientes o Guadalajara, era figura indiscutible; en Europa, aceptaba hierros como Victorino Martín o Miura, sabiendo que en cada embestida se jugaba no solo el triunfo sino la vida.
Capítulo II: El Zotoluco y los toros más temidos en 2002
La temporada de 2002 fue su prueba de fuego, su viaje a los infiernos de la bravura. Ese año se enfrentó a una camada completa de Miura, una de las ganaderías más legendarias y temidas del planeta taurino. Arles, Sevilla, Nimes, Pamplona, Béziers, Bilbao y Salamanca fueron las estaciones de un viacrucis que acabó convertido en gloria.
En Arles, la afición francesa, siempre exigente, reconoció su entrega con un silencio reverencial al terminar la lidia. En Sevilla, en la Feria de Abril, los tendidos lo vieron salir en hombros tras una faena que un cronista definió como “un combate cuerpo a cuerpo contra la historia”. En Nimes alcanzó la cumbre: se encerró en solitario con seis toros de Miura, un gesto reservado solo a los toreros que cruzan la frontera del mito.
En Pamplona, aunque su triunfo mayor había sido en 2001 con dos orejas, volvió a sostener la bandera de la verdad frente a toros que parecían montañas. En Béziers, el 15 de agosto, se midió con Solana, un toro de 720 kilos que hizo retumbar la plaza. En Bilbao, ante la seriedad de la afición vasca, volvió a plantarse con serenidad de hierro. Y en Salamanca, cerrando aquel año, demostró que su pulso no se quebraba ni en la última embestida.
En números, fueron 55 corridas en España, Francia y México, con 60 orejas y 7 rabos. En esencia, fue la temporada que lo consagró como un torero capaz de domeñar a los toros más temidos y salir de pie. Fue, en palabras de un aficionado, “el año en que un mexicano se vistió de leyenda”.
Capítulo III: Legado y retiro
Tras aquel 2002, El Zotoluco continuó en primera línea, pero ya con el aura de quien había pasado por las pruebas mayores. Siguió triunfando en Aguascalientes, León o Guadalajara, y en España volvió a vérselas con ganaderías duras. Su última faena fue también una lección de vida: el 4 de febrero de 2017, en la Plaza México, en un mano a mano con Enrique Ponce, cortó una oreja y escuchó el adiós envuelto en las notas de Las Golondrinas.
Su figura queda en la memoria no solo por las estadísticas, sino por su entrega sin reservas. Fue un torero de raza, capaz de transformar cada tarde en un pulso con el destino. Y si en México es recordado como figura, en Europa será siempre el hombre que, en 2002, se citó con los toros más temidos y salió con la frente en alto.
A más de dos décadas de su temporada histórica con Miura y tras ocho años de su retirada, Eulalio López, El Zotoluco, vuelve a ser referencia ineludible. Su nombre reaparece hoy porque encarna la verdad del toreo mexicano y porque su gesta de 2002 —enfrentando a los toros más temidos en las plazas más exigentes de Europa— adquiere una dimensión que trasciende el tiempo. En un presente marcado por debates sobre la tauromaquia, su figura recuerda que el toreo es también valor, compromiso y legado.
A más de veinte años de su gesta con Miura y ocho de su adiós, El Zotoluco vuelve a ser referencia. Su nombre resurge porque simboliza el valor y la verdad del toreo mexicano.
Capítulo I: Orígenes y trayectoria de una figura del toreo
Eulalio López Díaz, conocido universalmente como El Zotoluco, nació el 12 de enero de 1968 en Azcapotzalco, Ciudad de México, dentro de una familia marcada por la pasión taurina. Su apodo no es casual: procede de la ganadería Zotoluca, en Tlaxcala, tierra de toros recios y hombres valientes, donde sus tíos Domingo y Antonio López se labraron un nombre como varilargueros. Aquella raíz lo vinculó desde niño a los ruedos, en un ambiente en el que los toros no eran un espectáculo sino parte de la vida cotidiana.
Debutó como novillero el 24 de abril de 1983 en Lomas Verdes. Apenas un adolescente, alternó aquella tarde con Gerardo Tovar y los hermanos Gómez. Él mismo recordaría años después: “Sentí que el toro me miraba a los ojos y me pedía la verdad, no un juego”. Su presentación en la Monumental Plaza México, el 22 de julio de 1984, fue el primer aviso de que aquel joven iba a trascender. En dos años sumó siete actuaciones en ese coso, cada una con mayor peso y responsabilidad.
El 20 de julio de 1986, en San Buenaventura, tomó la alternativa con el toro Justiciero, de La Playa, de manos de Fermín Espinosa “Armillita Hijo”. Tres años después, en la propia Plaza México, confirmó el doctorado con el toro Bombón, de Rancho Seco. En 1997 cruzó el Atlántico para confirmarse en Madrid con el toro Aguardiente, del Conde de la Maza, en un día lluvioso que puso a prueba más su temple interior que su muleta.
A partir de ahí, su carrera fue un ascenso constante. Más de 1.000 corridas, más de 1.250 orejas, cerca de 100 rabos y más de 20 toros indultados hablan de la dimensión de la figura. Pero detrás de las cifras hay tardes como la de 1998 en la Plaza México, cuando cortó el rabo a Venadito, de Vicky de la Mora. O la de 2000, con el indulto de Romerito, de Los Encinos, en la que la plaza entera coreaba su nombre.
Su estilo mezcló siempre la valentía descomunal con un clasicismo sobrio. En México, en Aguascalientes o Guadalajara, era figura indiscutible; en Europa, aceptaba hierros como Victorino Martín o Miura, sabiendo que en cada embestida se jugaba no solo el triunfo sino la vida.
Capítulo II: El Zotoluco y los toros más temidos en 2002
La temporada de 2002 fue su prueba de fuego, su viaje a los infiernos de la bravura. Ese año se enfrentó a una camada completa de Miura, una de las ganaderías más legendarias y temidas del planeta taurino. Arles, Sevilla, Nimes, Pamplona, Béziers, Bilbao y Salamanca fueron las estaciones de un viacrucis que acabó convertido en gloria.
En Arles, la afición francesa, siempre exigente, reconoció su entrega con un silencio reverencial al terminar la lidia. En Sevilla, en la Feria de Abril, los tendidos lo vieron salir en hombros tras una faena que un cronista definió como “un combate cuerpo a cuerpo contra la historia”. En Nimes alcanzó la cumbre: se encerró en solitario con seis toros de Miura, un gesto reservado solo a los toreros que cruzan la frontera del mito.
En Pamplona, aunque su triunfo mayor había sido en 2001 con dos orejas, volvió a sostener la bandera de la verdad frente a toros que parecían montañas. En Béziers, el 15 de agosto, se midió con Solana, un toro de 720 kilos que hizo retumbar la plaza. En Bilbao, ante la seriedad de la afición vasca, volvió a plantarse con serenidad de hierro. Y en Salamanca, cerrando aquel año, demostró que su pulso no se quebraba ni en la última embestida.
En números, fueron 55 corridas en España, Francia y México, con 60 orejas y 7 rabos. En esencia, fue la temporada que lo consagró como un torero capaz de domeñar a los toros más temidos y salir de pie. Fue, en palabras de un aficionado, “el año en que un mexicano se vistió de leyenda”.
Capítulo III: Legado y retiro
Tras aquel 2002, El Zotoluco continuó en primera línea, pero ya con el aura de quien había pasado por las pruebas mayores. Siguió triunfando en Aguascalientes, León o Guadalajara, y en España volvió a vérselas con ganaderías duras. Su última faena fue también una lección de vida: el 4 de febrero de 2017, en la Plaza México, en un mano a mano con Enrique Ponce, cortó una oreja y escuchó el adiós envuelto en las notas de Las Golondrinas.
Su figura queda en la memoria no solo por las estadísticas, sino por su entrega sin reservas. Fue un torero de raza, capaz de transformar cada tarde en un pulso con el destino. Y si en México es recordado como figura, en Europa será siempre el hombre que, en 2002, se citó con los toros más temidos y salió con la frente en alto.
A más de dos décadas de su temporada histórica con Miura y tras ocho años de su retirada, Eulalio López, El Zotoluco, vuelve a ser referencia ineludible. Su nombre reaparece hoy porque encarna la verdad del toreo mexicano y porque su gesta de 2002 —enfrentando a los toros más temidos en las plazas más exigentes de Europa— adquiere una dimensión que trasciende el tiempo. En un presente marcado por debates sobre la tauromaquia, su figura recuerda que el toreo es también valor, compromiso y legado.