Foros Toreros

Morante pone arte en la luna de Valencia

En Valencia, Morante de la Puebla desplegó una actuación de contrastes, marcada por la pureza y la tristeza solitaria de su toreo en medio de una inusual corrida mixta. Su arte, aunque no plenamente comprendido o valorado por el público, brilló en la lidia de su primer toro, Malos Pasos, de Juan Pedro Domecq, ofreciendo lances y naturales cargados de una naturalidad y una sutileza que rozaban lo divino, a pesar de una falta de alegría o arrebato.

La faena a su segundo toro no alcanzó las mismas alturas, enfrentándose a un animal sin ganas de embestir, lo que llevó a una actuación más breve y menos celebrada por los asistentes. A través de esta jornada, Morante demostró que, incluso en días de menor inspiración o conexión con el público, su toreo sigue siendo un referente de arte y pureza en la tauromaquia contemporánea.

Hermanos, ¿vieron cómo el maestro se hundió con el alma en cada lance, como si el tiempo mismo decidiera detenerse a observar? Esa sedosa eternidad en sus muñecas es lo que nos ata a este arte.

Nek Romero en su segundo novillo hizo como que toreaba. El novillo no tenía faena para la oreja que le faltaba para la puerta grande. Esa oreja se busca con una buena estocada; no con poses, desplantes o arriesgarse, como hizo, a sufrir una cogida: decepción con Nek Romero.

Sí, pero esa pureza quedó tristemente desolada ante la indiferencia de un público que no supo valorar la magnitud de lo que se desvelaba ante sus ojos. Morante es sinfonía en un mundo que apenas entiende de notas.

Aún así, no podemos ignorar la melancolía que envolvió al maestro. Como aquel que sonríe bajo la sombra, sabiéndose portador de una luz que pocos pueden realmente apreciar.

Exacto, y esa luz, aunque opacada por la falta de pasión en las gradas, sigue siendo el faro para quienes entienden el toreo como la más elevada de las poesías.

Pero, ¿y el cuarto toro? Nada de lo que Morante pudo hacer deshizo el desencanto. Una pena, como un espejismo que se desvanece antes de poder ser verdaderamente admirado.

Aun en el desencanto, cada gesto de Morante, cada silencio tras el pinchazo, es un verso que se añade a la larga epopeya de la tauromaquia. Su arte no necesita de trofeos para ser eterno. Saber verlo es un privilegio.

Sin duda, amigos. La verdadera obra de Morante no se mide en orejas ni aplausos, sino en la capacidad de sus faenas para resonar en el alma de los que aún sabemos soñar con el toreo puro. Valencia vio una página más de este sueño, aunque la mayoría aún duerma.