El toro “Chivito” de Pablo Romero: Un ícono en San Fermín 1987
En los sanfermines de 1987, la ganadería de Pablo Romero se convirtió en el centro de atención por la desastrosa actuación de sus toros, en particular, “Chivito”. Este toro cárdeno, de 651 kg, se lidió en segundo lugar bajo la maestría de Luis Francisco Esplá y dejó por su comportamiento y mansedumbre una huella imborrable en la historia taurina de Pamplona. La corrida fue recordada tanto por la impresentable mansedumbre de los animales como por la tragedia que se cernió sobre el picador Victoriano Cáneva.
Desde el inicio, “Chivito” mostró una fuerza y determinación extraordinarias, tomando ocho puyazos con un poder inusitado: chocar y escapar; embestir y huir. Su comportamiento en el ruedo fue el de un toro manso pero peligroso, derribando dos veces a los caballos y causando una grave cornada al picador Cáneva. Este incidente no solo demostró la peligrosidad del toro, sino también la valentía y resistencia del picador, quien sufrió heridas en el hígado y el pulmón. Heridas muy graves, de temporada en el hospital.
El tercer tercio de varas protagonizado por “Chivito” fue por lo negativo uno de los más espectaculares de la feria. Las embestidas del toro, llenas de furia y fuerza, mantuvieron al público en vilo. La crónica de APLAUSOS destacó la impresionante capacidad del toro para derribar a Manuel Cid y luego embestir con igual saña a Victoriano Cáneva. Este episodio se convirtió en un referente de la capacidad destructiva y el instinto asesino de algunos toros. También de los toros mansos. Dos veces saltó la barrera para huir el toro Chivito.
A pesar de la adversidad, la actuación de “Chivito” fue aclamada por el público, que pidió -incluso- su vuelta al ruedo, aunque no fue concedida. La corrida puso en relieve la fuerza sin pizca de bravura de los toros de Pablo Romero y la resistencia de los hombres que se enfrentaron a ellos. El legado de “Chivito” se mantiene vivo en la memoria de los aficionados, simbolizando el peligro inherente al arte taurino.
Los otros cinco toros de la ganadería de Pablo Romero también dieron muestra de su bravura en los sanfermines de 1987. Cada uno de ellos contribuyó a un tercio de varas lleno de emoción y peligro. Los animales, de imponente presencia y fuerza, no se lo pusieron fácil a los toreros y picadores, quienes tuvieron que emplearse a fondo para mantener el control de la lidia. Ningún toro fue bueno para la lidia, todos huían.
José Antonio Campuzano y Lucio Sandín, los otros matadores de la tarde, enfrentaron con valentía sus respectivos lotes. Aunque los toros mostraron comportamientos mansos en ocasiones, su peligrosidad no fue menor, proporcionando una tarde de emociones fuertes y desafíos constantes para los lidiadores.
La faena de Luis Francisco Esplá
Luis Francisco Esplá se encontró con una de las faenas más difíciles de su carrera al lidiar con “Chivito”. A pesar de la bronca del público por no colocar las banderillas, Esplá demostró su experiencia y valor. Los momentos de tensión y peligro fueron constantes, especialmente tras la grave cornada a Cáneva. La habilidad de Esplá con la muleta permitió controlar a “Chivito” y llevar a cabo una lidia digna, aunque no exenta de dificultades.
El quinto toro de la tarde también puso a prueba la destreza de Esplá. Enfrentándose a otro ejemplar de notable mansedumbre, el torero tuvo que lidiar con un ambiente hostil en la plaza. A pesar de las adversidades y las constantes interrupciones del público, Esplá mantuvo la compostura y realizó una faena técnica, destacando su profesionalismo y coraje.
A pesar de todo, en el "riau-riau" de peñas en el ruedo al final de la corrida, algunos aficiondos se acercaron hacia donde se encontraban los matadores, en especial Esplá, con intenciones impropias que el maestro supo contener y lidiar para obligar a la turba de mozos a mantener la compostura.
La actuación de José Antonio Campuzano y Lucio Sandín
José Antonio Campuzano enfrentó su lote con determinación, aunque no logró arrancar el aplauso del público. Su silencio tras la lidia reflejó la dificultad de la tarde y la absoluta mala condición de los toros de Pablo Romero. Campuzano, a pesar de todo, mostró oficio y temple en una tarde compleja.
Lucio Sandín, por su parte, también se encontró con toros difíciles y mostró entrega en su labor. Su actuación, aunque silenciada por el público, demostró su capacidad y valentía ante los desafíos presentados por los animales. La tarde en Pamplona fue un recordatorio de la imprevisibilidad y el peligro constante en la tauromaquia.