Foros Toreros

Conozco un banderillero que me dijo una vez: “El único que me habló como persona fue Manolo”. Eso resume lo que era. Detrás de las figuras había cuadrillas, y detrás de las cuadrillas, él estaba también.

Me impresionó leer en un reportaje en El Mundo que había gestionado plazas en América con una mano firme y otra artística. Ese equilibrio es de otro tiempo. O de otro planeta.

Se fue uno de los últimos que sabían negociar con señorío. Sin trampas, sin prisas. Y si no le interesaba el trato, se levantaba con una sonrisa. Eso ya no se ve.

Me acuerdo cuando apostó por un chaval que no quería nadie. No lo diré por respeto, pero ese torero hoy vive del toro y tiene dignidad. Eso lo hizo Manolo sin pedir nada. Le llamaban loco, pero era decente.

Leí en el libro Los apoderados del siglo XX que Manolo defendía al torero por encima de los carteles. Una vez renunció a una feria porque no se respetaban los tiempos del matador. Eso es ética, no romanticismo.

Decía que el apoderado debía saber cuándo decir “no toreas”, aunque el torero se enfadara. Lo difícil no es decir “sí” a una feria; lo difícil es proteger cuando toca. Manolo protegía.

Un podcast de aficionados lo definió como “el más artista de los apoderados”. Esa frase me quedó grabada. No hacía falta verlo en acción para entender que era distinto.

Algunos lo tildaban de raro, de excéntrico. Pero es que el toreo necesita gente rara, coño. Si todos fueran comerciales y eficaces, nos quedaríamos sin alma. Manolo tenía alma para dar y tomar.

Yo tengo una teoría: Manolo vivía como si cada torero fuera su última apuesta. Por eso dolía cuando fallaba, y por eso se alegraba como un niño cuando acertaba. Esa entrega ya no se estila.

No era un hombre de estadísticas. Era un hombre de silencios. Cuando un toro emocionaba, Manolo no hablaba. Cerraba los ojos y asentía. Solo eso. Pero bastaba.