Reventar y prohibir: el doble rasero político, y Pablo Iglesias de cabeza
Publicado: Mié Oct 22, 2025 12:38 pm
Reventar y prohibir: el doble rasero político, y Pablo Iglesias de cabeza
“Aquí nos tenéis para reventar a la derecha política.” La frase resonó con fuerza en un acto de Podemos. No fue casual: fue escogida. En política, el verbo no es un accidente, es una herramienta. Y cuando se escoge uno tan visceral como “reventar”, se pretende generar un efecto: levantar trincheras, marcar campo, convocar al choque.
El verbo “reventar” no pertenece al lenguaje institucional ni democrático. Es un verbo de choque, de callejón, de confrontación. Se aleja de la política como espacio de mediación para situarla en un ring. La palabra no es inocente: transmite una idea de lucha total, donde no hay adversarios sino enemigos a aplastar.
Aquí aparece la paradoja. Este mismo sector político ha construido buena parte de su discurso sobre la acusación de violencia cultural y simbólica contra la tauromaquia, tachando a los aficionados de bárbaros o de portadores de una España oscura. Pero cuando habla de “reventar” a millones de votantes que no piensan como ellos, se trata de “un acto político legítimo”. Lo que en unos es violencia intolerable, en ellos es estrategia.
La doble vara de medir no sólo deslegitima el discurso, sino que banaliza la idea misma de violencia. Quien usa palabras incendiarias mientras acusa a otros de violentos no está defendiendo la paz, está administrando el conflicto a conveniencia. Y esa conveniencia —cuando un partido lucha por conservar apenas tres escaños— no es moral, es electoral.
La verdadera pregunta no es si hay violencia en la tauromaquia. La verdadera pregunta es cómo hemos llegado al punto en que llamar “reventar” a un adversario político no escandaliza, pero hablar de una faena sí.
“Aquí nos tenéis para reventar a la derecha política.” La frase resonó con fuerza en un acto de Podemos. No fue casual: fue escogida. En política, el verbo no es un accidente, es una herramienta. Y cuando se escoge uno tan visceral como “reventar”, se pretende generar un efecto: levantar trincheras, marcar campo, convocar al choque.
El verbo “reventar” no pertenece al lenguaje institucional ni democrático. Es un verbo de choque, de callejón, de confrontación. Se aleja de la política como espacio de mediación para situarla en un ring. La palabra no es inocente: transmite una idea de lucha total, donde no hay adversarios sino enemigos a aplastar.
Aquí aparece la paradoja. Este mismo sector político ha construido buena parte de su discurso sobre la acusación de violencia cultural y simbólica contra la tauromaquia, tachando a los aficionados de bárbaros o de portadores de una España oscura. Pero cuando habla de “reventar” a millones de votantes que no piensan como ellos, se trata de “un acto político legítimo”. Lo que en unos es violencia intolerable, en ellos es estrategia.
La doble vara de medir no sólo deslegitima el discurso, sino que banaliza la idea misma de violencia. Quien usa palabras incendiarias mientras acusa a otros de violentos no está defendiendo la paz, está administrando el conflicto a conveniencia. Y esa conveniencia —cuando un partido lucha por conservar apenas tres escaños— no es moral, es electoral.
La verdadera pregunta no es si hay violencia en la tauromaquia. La verdadera pregunta es cómo hemos llegado al punto en que llamar “reventar” a un adversario político no escandaliza, pero hablar de una faena sí.