Florito, el hombre que eligió el toro de Madrid durante casi 40 años
Publicado: Jue Oct 23, 2025 11:59 am
Florito, el hombre que eligió el toro de Madrid durante casi 40 años
Florencio Fernández Castillo (Talavera de la Reina, 1960), conocido como Florito desde que Manuel Martínez Flamarique “Manolo Chopera” lo bautizara al contratarlo como mayoral de Las Ventas en febrero de 1986, se ha despedido de la plaza el 12 de octubre de 2025, cerrando 39 años de trayectoria. Durante casi cuatro décadas fue el hombre que eligió el toro de Madrid, seleccionando encastes y camadas para la plaza más exigente del mundo y dirigiendo con mano firme y silenciosa la vida de sus corrales.
Su historia comienza en Talavera de la Reina, en la plaza de toros donde su familia vivía. Su padre era conserje y él creció entre bueyes, chiqueros y toriles. A los ocho días de vida ya había pisado la plaza, y a los 14 años debutó como mayoral en Hellín. Intentó abrirse camino como torero, participando en 49 novilladas, pero pronto reconoció que su vocación real no estaba en el ruedo, sino en la trastienda del toreo, en el espacio donde se cría, cuida y gobierna al toro bravo. Allí forjó el carácter discreto, observador y sereno que luego lo acompañaría toda su vida profesional. Antes de llegar a Madrid, trabajó como mayoral en varias plazas gestionadas por Chopera, quien conocía bien su habilidad para manejar bueyes y su responsabilidad con los animales. Fue precisamente Chopera quien, al incorporarlo a Las Ventas en 1986, le dio el apodo de Florito, un nombre que, con los años, se convertiría en una marca de fiabilidad y rigor. Desde entonces, la plaza madrileña no se entendió sin él: era parte de la estructura invisible que sostenía cada festejo.
Durante casi dos décadas, Florito se dedicó a las labores de mayoral: recibir toros, acomodarlos en los corrales, garantizar su convivencia y participar en los reconocimientos veterinarios. Su presencia se hizo habitual también en las devoluciones: las imágenes de sus bueyes perfectamente entrenados conduciendo un toro hacia los chiqueros se volvieron postales icónicas de Madrid. Muchos aficionados no conocían su rostro, pero sí la precisión de su cuadra de cabestros, ejemplo de eficacia y temple. A finales de 2005 se produjo un punto de inflexión: aceptó —tras dudarlo— el cargo de veedor de Las Ventas. A partir de entonces, además de ser mayoral, asumió la selección y negociación de todos los toros y novillos que iban a lidiarse en Madrid. Recorrió fincas de España y Portugal, habló con ganaderos y desde diciembre dejaba atada la temporada siguiente. Su labor marcó el tipo de toro que vio la afición madrileña durante casi cuarenta años.
Su método de selección fue exigente y claro: buscaba trapío, movilidad, bravura y edad cinqueña —“los cuatreños todavía son niños”—. Además, hacía seguimiento individualizado de cada toro: observaba su desarrollo, estado físico y comportamiento en el campo. La suya era una labor de largo aliento, invisible para el gran público pero decisiva para la categoría de la plaza. En tiempos de ferias complicadas, su conocimiento técnico y su calma resultaron determinantes.
Florito toma el olivo Foto Luis Sánchez Olmedo En sus declaraciones de los últimos años, Florito lamentaba el cambio de tono en el mundo taurino: “En este mundo siempre ha habido respeto, y ahora se está perdiendo”, dijo en septiembre de 2025 al confirmar su retirada. A sus 65 años, decidió irse por convicción, antes de rebajar sus exigencias. Se marcha con su cuadra de 60 bueyes a la finca de Talavera de la Reina, donde continuará entrenándolos y colaborando puntualmente con algunas plazas.
Su hijo Álvaro Fernández, ingeniero aeroespacial, será su sucesor como mayoral en Las Ventas, aunque no ocupará el cargo de veedor. La decisión no fue improvisada: Álvaro llevaba tiempo aprendiendo el oficio junto a su padre, y fue él quien expresó el deseo de seguir sus pasos, pese a tener una carrera profesional consolidada en otro sector. Para Florito, ese relevo fue un motivo de orgullo, pero también de inquietud: “Este trabajo exige muchos años, y es muy duro; no quiero que nadie diga que está ahí por ser mi hijo”.
El 12 de octubre de 2025, la plaza madrileña lo despidió en pie. No hubo grandes discursos ni homenajes pomposos: fue un aplauso largo, limpio, sentido. Los aficionados sabían que se marchaba el alma de los corrales, un hombre cuya voz baja imponía respeto, y cuya autoridad se construyó en décadas de trabajo bien hecho. En la puerta de chiqueros, como tantas veces, sus cabestros dieron el paso al frente, como si también ellos supieran que era la última tarde. Florito un personaje de las Ventas
Su legado va más allá de la anécdota o la postal taurina. Florito profesionalizó la gestión técnica de los corrales y elevó el papel del mayoral a un nivel de responsabilidad casi institucional. Durante cuatro décadas, mantuvo un estándar que muchos consideraban de selección nacional, pues por sus manos pasaron toros de todos los encastes, ganaderías y procedencias. Su historia no es la de un hombre de luces, sino la de quien sostiene el espectáculo desde las sombras. Y por eso, en Madrid, su nombre se pronuncia con respeto.
Florencio Fernández Castillo (Talavera de la Reina, 1960), conocido como Florito desde que Manuel Martínez Flamarique “Manolo Chopera” lo bautizara al contratarlo como mayoral de Las Ventas en febrero de 1986, se ha despedido de la plaza el 12 de octubre de 2025, cerrando 39 años de trayectoria. Durante casi cuatro décadas fue el hombre que eligió el toro de Madrid, seleccionando encastes y camadas para la plaza más exigente del mundo y dirigiendo con mano firme y silenciosa la vida de sus corrales.
Su historia comienza en Talavera de la Reina, en la plaza de toros donde su familia vivía. Su padre era conserje y él creció entre bueyes, chiqueros y toriles. A los ocho días de vida ya había pisado la plaza, y a los 14 años debutó como mayoral en Hellín. Intentó abrirse camino como torero, participando en 49 novilladas, pero pronto reconoció que su vocación real no estaba en el ruedo, sino en la trastienda del toreo, en el espacio donde se cría, cuida y gobierna al toro bravo. Allí forjó el carácter discreto, observador y sereno que luego lo acompañaría toda su vida profesional. Antes de llegar a Madrid, trabajó como mayoral en varias plazas gestionadas por Chopera, quien conocía bien su habilidad para manejar bueyes y su responsabilidad con los animales. Fue precisamente Chopera quien, al incorporarlo a Las Ventas en 1986, le dio el apodo de Florito, un nombre que, con los años, se convertiría en una marca de fiabilidad y rigor. Desde entonces, la plaza madrileña no se entendió sin él: era parte de la estructura invisible que sostenía cada festejo.
Durante casi dos décadas, Florito se dedicó a las labores de mayoral: recibir toros, acomodarlos en los corrales, garantizar su convivencia y participar en los reconocimientos veterinarios. Su presencia se hizo habitual también en las devoluciones: las imágenes de sus bueyes perfectamente entrenados conduciendo un toro hacia los chiqueros se volvieron postales icónicas de Madrid. Muchos aficionados no conocían su rostro, pero sí la precisión de su cuadra de cabestros, ejemplo de eficacia y temple. A finales de 2005 se produjo un punto de inflexión: aceptó —tras dudarlo— el cargo de veedor de Las Ventas. A partir de entonces, además de ser mayoral, asumió la selección y negociación de todos los toros y novillos que iban a lidiarse en Madrid. Recorrió fincas de España y Portugal, habló con ganaderos y desde diciembre dejaba atada la temporada siguiente. Su labor marcó el tipo de toro que vio la afición madrileña durante casi cuarenta años.
Su método de selección fue exigente y claro: buscaba trapío, movilidad, bravura y edad cinqueña —“los cuatreños todavía son niños”—. Además, hacía seguimiento individualizado de cada toro: observaba su desarrollo, estado físico y comportamiento en el campo. La suya era una labor de largo aliento, invisible para el gran público pero decisiva para la categoría de la plaza. En tiempos de ferias complicadas, su conocimiento técnico y su calma resultaron determinantes.
Florito toma el olivo Foto Luis Sánchez Olmedo En sus declaraciones de los últimos años, Florito lamentaba el cambio de tono en el mundo taurino: “En este mundo siempre ha habido respeto, y ahora se está perdiendo”, dijo en septiembre de 2025 al confirmar su retirada. A sus 65 años, decidió irse por convicción, antes de rebajar sus exigencias. Se marcha con su cuadra de 60 bueyes a la finca de Talavera de la Reina, donde continuará entrenándolos y colaborando puntualmente con algunas plazas.
Su hijo Álvaro Fernández, ingeniero aeroespacial, será su sucesor como mayoral en Las Ventas, aunque no ocupará el cargo de veedor. La decisión no fue improvisada: Álvaro llevaba tiempo aprendiendo el oficio junto a su padre, y fue él quien expresó el deseo de seguir sus pasos, pese a tener una carrera profesional consolidada en otro sector. Para Florito, ese relevo fue un motivo de orgullo, pero también de inquietud: “Este trabajo exige muchos años, y es muy duro; no quiero que nadie diga que está ahí por ser mi hijo”.
El 12 de octubre de 2025, la plaza madrileña lo despidió en pie. No hubo grandes discursos ni homenajes pomposos: fue un aplauso largo, limpio, sentido. Los aficionados sabían que se marchaba el alma de los corrales, un hombre cuya voz baja imponía respeto, y cuya autoridad se construyó en décadas de trabajo bien hecho. En la puerta de chiqueros, como tantas veces, sus cabestros dieron el paso al frente, como si también ellos supieran que era la última tarde. Florito un personaje de las Ventas
Su legado va más allá de la anécdota o la postal taurina. Florito profesionalizó la gestión técnica de los corrales y elevó el papel del mayoral a un nivel de responsabilidad casi institucional. Durante cuatro décadas, mantuvo un estándar que muchos consideraban de selección nacional, pues por sus manos pasaron toros de todos los encastes, ganaderías y procedencias. Su historia no es la de un hombre de luces, sino la de quien sostiene el espectáculo desde las sombras. Y por eso, en Madrid, su nombre se pronuncia con respeto.