Adopta un cordero... o una gamba roja
Publicado: Mié Oct 29, 2025 12:17 am
Adopta un cordero... o una gamba roja
Cada diciembre, las redes se llenan de mensajes dulzones sobre la “magia de adoptar” un perrito o un gatito. Pero a veces surge una nota que rompe la narrativa almibarada: alguien pide animales “para adopción”... y la lista incluye corderos, cabritos, lechones, gambas rojas y pavos.
La frase es sencilla, pero la ironía es demoledora. Lo que en apariencia parece un gesto solidario, en realidad pone frente al espejo una costumbre profundamente arraigada: la comida festiva. Porque sí, estos animales no van al sofá ni a pasear con correa… van al horno.
Lo que muchos evitan nombrar es que la relación de las personas con los animales no es única ni homogénea. Mientras unos proyectan sentimientos en ellos como si fueran bebés, otros los entienden como parte de su cultura gastronómica. Ni buenos ni malos: simplemente distintos modos de habitar el mundo.
Y el cartel funciona justo ahí: desarma el sentimentalismo selectivo que convierte a unos animales en “intocables” y a otros en invisibles comestibles. La ironía no grita, pero golpea más fuerte que un sermón digital.
Cada diciembre, las redes se llenan de mensajes dulzones sobre la “magia de adoptar” un perrito o un gatito. Pero a veces surge una nota que rompe la narrativa almibarada: alguien pide animales “para adopción”... y la lista incluye corderos, cabritos, lechones, gambas rojas y pavos.
La frase es sencilla, pero la ironía es demoledora. Lo que en apariencia parece un gesto solidario, en realidad pone frente al espejo una costumbre profundamente arraigada: la comida festiva. Porque sí, estos animales no van al sofá ni a pasear con correa… van al horno.
Lo que muchos evitan nombrar es que la relación de las personas con los animales no es única ni homogénea. Mientras unos proyectan sentimientos en ellos como si fueran bebés, otros los entienden como parte de su cultura gastronómica. Ni buenos ni malos: simplemente distintos modos de habitar el mundo.
Y el cartel funciona justo ahí: desarma el sentimentalismo selectivo que convierte a unos animales en “intocables” y a otros en invisibles comestibles. La ironía no grita, pero golpea más fuerte que un sermón digital.