En los pueblos pequeños, el día de vacas es el día grande del año. Sin él, no hay identidad ni reunión vecinal.

Esto es un espejo genial. Europa presume de igualdad, pero se arrodilla ante cualquier costumbre si viene envuelta en religión.

Que sea en Las Ventas confirma que la Chenel ya es un ciclo de primera. La presión allí cambia todo y separa a los que pueden dar un paso más en su carrera.

¡Que llegue la poliandria! A ver si así aprenden lo que cuesta compartir pareja y dejar de predicar superioridad moral.

En 2004 había toros en todos los pueblos. Hoy, con suerte, una novillada triste. La caída es histórica.

Si alguien muere en una plaza de toros, también hay celebraciones así. Pero esto es más directo, más brutal. Es como si la vida humana valiera menos que la ideología.

Pisar el terreno del toro como él lo hacía no era valor, era sabiduría antigua; cada faena suya era una misa campera con clavel y arena.

Lo que sorprende es el silencio del club. Un campeón de Europa no solo debe hablar en la cancha, también fuera de ella. Y aquí están callados mientras París arde.

El público no conoce a los nuevos y buenos toreros, y como no los conoce, no va a verlos. Cuando se anuncian toreros conocidos el público va. A pesar de la hostilidad institucional y a pesar de que las entradas en Bilbao son muy caras.

Entre Ayuso y él, en Las Ventas no hay color: una se lleva la ovación y el otro, la multa por emisiones contaminantes.