José Pacheco, “El Califa”
Torero de emociones profundas, entre la gloria de Las Ventas y las sombras del circuito
José Pacheco Rodríguez, conocido en los carteles como El Califa, nació el 18 de abril de 1974 en Canals (Valencia), aunque no son pocos quienes lo sitúan sentimentalmente más cerca de Xàtiva. Su identidad taurina se forja en esa doble raíz. En su infancia hubo una figura omnipresente: su padre, Francisco Pacheco, aficionado tenaz, quien no solo lo acercó a los ruedos, sino que le inculcó la idea del toreo como forma de vida. También marcó su juventud la cercanía al mito: Manuel Benítez “El Cordobés”, cuya influencia no fue meramente estética, sino emocional y decisiva.
Inicios y formación
El pequeño José se curtió en capeas, tientas, y horas interminables de soñar faenas en soledad. En palabras que pronunció años después, “yo aprendí antes a dar un pase de pecho que a escribir mi nombre”. Debutó con picadores el 21 de abril de 1991 en Xàtiva, en una tarde que compartió con Paco Aguilera y Manolo Carrión. No fue una actuación de relumbrón, pero sí una declaración de intenciones: valor, verticalidad y seriedad. Esa tarde, según contaría su mozo de espadas, le cambió la respiración. Desde entonces, su camino se abrió a fuerza de méritos en plazas de segunda y tercera, como tantos toreros que nacen fuera del marketing.
Alternativa y trayectoria profesional
El 1 de mayo de 1996, en Xàtiva, tomó la alternativa con toros de Nazario Ibáñez. El Cordobés ofició de padrino y Pepín Liria fue el testigo. Aquella corrida no fue solo un acto taurino; fue también un reencuentro entre generaciones. Pacheco brindó el toro a su padre, y al final de la lidia rompió a llorar: “por los que me trajeron hasta aquí”. Su estilo desde entonces fue de una pureza estoica, de esos que no hacen gestos pero hieren hondo. Toreaba con la barbilla baja y el alma expuesta.
En Las Ventas, ese templo que ofrece gloria o silencio, El Califa se doctoró en emoción. El 8 de junio del año 2000 protagonizó una de esas faenas que no se olvidan: dos orejas a un toro de Dolores Aguirre, en plena Feria de San Isidro. El toro era áspero, incierto, y él lo toreó por abajo, tirando del alma. José Luis Suárez-Guanes escribió entonces en ABC: “no torea bonito, pero lo que hace tiene verdad. Y Madrid responde a la verdad”. Tres años después, en 2003, repetiría Puerta Grande tras cortar dos orejas al sexto de la tarde, también en la plaza de la calle Alcalá. Confirmaba así que no era flor de un día.
Madrid, Valencia y el sistema
Valencia fue siempre su casa. En el viejo coso de Monleón se sintió torero de su gente, y esa tierra le devolvió tardes importantes. En 2001, tras una gran actuación en Fallas, se convirtió en torero de interés. Fue también el año en que comenzó a hablarse de vetos y de puertas cerradas. En entrevistas posteriores, acusó directamente a Enrique Ponce y a los hermanos Lozano de impedirle figurar en el cartel de San Isidro. La frase que dejó a un periodista de Aplausos aún resuena: “yo no tengo apoderado con despacho en el Ministerio”. Denunciaba así una estructura taurina que premia más los equilibrios de poder que los méritos puros.
No era raro verlo entrenar solo en la playa de Gandía al amanecer. “José se preparaba como si fuese a torear en Madrid cada tarde, aunque al final le dieran solo dos corridas al año”, contaba su banderillero Vicente Montoliu. En 2002 sufrió una cornada en Zaragoza que comprometió su pierna derecha; volvió a los ruedos tras cuatro meses con muletas y un vendaje rígido, pero sin alharacas.
Retiro y legado
En 2010, con apenas cuatro actuaciones en todo el año y la sensación de hablar a un mundo que ya no lo escuchaba, decidió poner fin a su carrera. Fue una retirada sin comunicado, sin rueda de prensa, sin trajes colgados en redes sociales. Simplemente dejó de estar. Algunos le reprocharon que no apurara más, pero quienes lo conocieron saben que no quería ser figurante de sí mismo. El Califa fue fiel a un concepto: dignidad en el ruedo y fuera de él.
Muchos lo definen como “el que pudo ser y no fue”. Pero esa frase no le hace justicia. Él fue, en efecto. Fue torero con dos Puertas Grandes en Madrid, fue el ídolo de una parte de Valencia, fue quien se enfrentó al poder taurino sin servidumbres. Su paso por la historia fue breve, pero intenso. Como un verso de Miguel Hernández: “breve fue su sangre, pero fuerte”.
Vida personal y reconocimiento
José Pacheco siempre mantuvo un perfil bajo fuera de los ruedos. Agradeció siempre el apoyo de su padre, y en sus escasas declaraciones tras la retirada reiteró que su mayor logro fue “haber toreado como sentía, sin deberle nada a nadie”. No buscó cargos, ni micrófonos, ni academias. No quiso ser comentarista, ni jurado de festivales, ni director de escuelas. Solo volvió puntualmente para presenciar algún festejo en Valencia, donde la afición lo reconoce aún con afecto.
No tuvo apoderados célebres, ni una campaña publicitaria detrás. Pero dejó una estela de autenticidad. En un tiempo donde el toreo se acerca cada vez más al espectáculo, El Califa fue un recordatorio de que también hay sitio para el silencio, la austeridad y la emoción sin artificio.
José Pacheco, “El Califa”, torero de emociones profundas
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José Pacheco, “El Califa”, torero de emociones profundas
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es mejor que twitter, mejor que facebook, mejor que instagram... ¿por qué? Este foro es taurino; las redes sociales son antis
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El_Estudiante
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Re: José Pacheco, “El Califa”, torero de emociones profundas
Y este es el toro de la histora, el qeu cambia vidas, el que da cortijos, o los quita; el toro que te da la vida, o de te deja marcado de por vida. José Pacheco El Califa con este toro, Carafeo, triunfó en el planeta toros:
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