Christian Louis Marie Gaillard nació en Aviñón el 20 de marzo de 1951, en el corazón de la Provenza, una región cuya luz recordaría siempre en su obra. Creció en una familia que se movía con frecuencia debido a la carrera bancaria de su padre, Robert.
Su madre, Renée Tissot, procedía de una familia dedicada al bordado y la costura, un detalle que él mismo reconocía como influencia temprana en su sensibilidad hacia las texturas y los colores. Tuvo dos hermanos, Pierre y Jean, a quienes retrató alguna vez de memoria.
Desde niño vivió obsesionado por el dibujo. Garabateaba personas, gestos, sombras. Su vocación fue tan temprana como firme, y sus padres la apoyaron sin reservas. Aviñón era pequeña para él, y París lo esperaba.
Ingresó en la École nationale supérieure des arts décoratifs (ENSAD), donde desarrolló un rigor técnico que marcaría su carrera. Durante un tiempo dudó entre la ilustración y la animación.
Fue admitido en la prestigiosa École des Gobelins, pero rechazó la plaza para seguir su instinto: la ilustración le ofrecía libertad inmediata y contacto directo con el público. Fue una decisión decisiva.
En 1973 comenzó a trabajar como ilustrador para revistas de referencia: Le Point, Télérama, Le Figaro Magazine o Le Monde de la musique. Su estilo era limpio, sólido, reconocible al primer vistazo.
Pronto llegaron encargos de marcas importantes, como los chocolates Lindt o el whisky Grant’s. Su relación con la publicidad le enseñó la importancia de la síntesis visual: una imagen debía hablar antes que cualquier texto.
También diseñó carteles de cine para películas como Itinéraire d’un enfant gâté y La Révolution française. Aquellos trabajos lo consolidaron como uno de los ilustradores más valorados de su generación.
A finales de los años ochenta decidió dar un paso mayor: dedicarse sobre todo a la pintura. La ilustración había sido un campo fértil, pero él necesitaba un territorio más profundo.
En esa época conoció al torero Nimeño II, una figura clave. A través de él descubrió el universo taurino como materia plástica, emocional y simbólica. Ese encuentro transformó su carrera.
Gaillard empezó a retratar toreros no como atletas, sino como figuras rituales. Le interesaba la quietud, la espera, la respiración contenida antes del gesto. Ahí nació su sello personal.
Sus influencias provenían del barroco español —Velázquez, Zurbarán, Goya, Zuloaga— pero también del barroco mexicano, cuya intensidad cromática lo sedujo. Su paleta se volvió profunda y solemne.
Su estilo, que él definía como réel en plus, combinaba fotografía, vídeo y pintura para lograr un realismo aumentado. No era hiperrealista; era más bien un realista simbólico.
A lo largo de su vida pintó más de 300 lienzos taurinos de gran formato. En ellos, los toreros aparecen a menudo de espaldas, en una actitud introspectiva que recuerda al recogimiento religioso.
Retrató a grandes figuras: El Cordobés, Ortega Cano, Juan Bautista, Castella, Juan José Padilla. Cada uno aparece no como celebridad, sino como monumento silencioso.
Entre sus obras destacadas se encuentra Gris, azul y oro (1991), con la que ganó el Primer Premio de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. La pieza forma hoy parte de su colección.
Otras obras célebres son Marie Sara en traje corto bleu, Nimeño II y Profile of courage (2002), donada al FDNY en homenaje a los bomberos caídos el 11 de septiembre. Gaillard sabía unir emoción y forma.
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Su prestigio lo llevó a ilustrar los abonos de la Feria de San Isidro 2016 en Las Ventas y a diseñar carteles para la Feria del Caballo Lusitano de Golegã, donde fue declarado ciudadano de honor.
Recibió premios en el Salon de la Marine, el Prix Mecanorma, y en 1989 fue nombrado pintor oficial del Aire y el Espacio. Su trayectoria oficial era tan sólida como su prestigio artístico.
Expuso en París, Nîmes, Arles, Dax, Béziers, Hong Kong, Singapur, Madagascar, Estados Unidos y Portugal. Su obra viajó mucho antes de que él viajara tanto. Su nombre ya era internacional.
Publicó libros como Maestros (2002), De Luz (2005) y Le réel en plus… (2017). También protagonizó un documental para Arte France, que mostró su proceso creativo.
Christian Gaillard murió en París en 2018, a los 67 años. Dejó un legado inmenso: la transformación del toreo en icono contemporáneo, una elegía visual donde se unen luz, traje y dignidad humana.
Vivió entre París y Arles, entre la exigencia moderna y la raíz provenzal. Su pintura sigue viva porque no quiso ser moderno: quiso ser singular. Y la singularidad, como él decía, nunca pasa de moda.
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