Tauromaquia y vascómetro: la exclusión cultural por defecto
Publicado: Vie May 16, 2025 5:13 pm
Tauromaquia y vascómetro: la exclusión cultural por defecto
En el País Vasco, la tauromaquia ha sido históricamente una expresión festiva presente en muchas localidades. Sin embargo, con el auge del nacionalismo identitario, esta tradición ha pasado a ser vista como un cuerpo extraño. El vascómetro cultural ha actuado con contundencia: los toros no serían “vascos de verdad”, sino una rémora ajena, impuesta o asociada a lo español, y por tanto, indeseable.
Esta lectura ha tenido consecuencias concretas. Plazas históricas como la de San Sebastián vieron cómo se prohibían o reducían sus festejos bajo gobiernos nacionalistas. El argumento era económico, pero el trasfondo era político y simbólico. La fiesta de los toros fue apartada del espacio público, sin debate, como si nunca hubiera pertenecido a la vida vasca. Mientras tanto, los toreros vascos eran silenciados o ignorados, incluso tras la muerte trágica de figuras como Iván Fandiño.
La presión se extendió también a los aficionados. En algunos entornos sociales o familiares, declararse taurino es exponerse a ser tachado de “españolista”, de franquista o directamente de enemigo cultural. Así, el vascómetro se aplica no solo a instituciones y espectáculos, sino a los gustos personales. Es una forma de control cultural que no se impone con violencia, pero que margina por desgaste.
El vascómetro insiste en cerrar compuertas, en remachar clavos sobre lo que considera una reliquia impropia. Pero el pueblo, a su manera, se niega al olvido. Allí donde suena un clarín, donde un toro pisa la arena, sobrevive algo más que un espectáculo: sobrevive una memoria compartida que ni los silencios ni las censuras han conseguido extinguir. Gracias también a la televisión, la tauromaquia sigue en el corazón de muchos, aunque cierren plazas o borren festejos del calendario oficial.
En el País Vasco, la tauromaquia ha sido históricamente una expresión festiva presente en muchas localidades. Sin embargo, con el auge del nacionalismo identitario, esta tradición ha pasado a ser vista como un cuerpo extraño. El vascómetro cultural ha actuado con contundencia: los toros no serían “vascos de verdad”, sino una rémora ajena, impuesta o asociada a lo español, y por tanto, indeseable.
Esta lectura ha tenido consecuencias concretas. Plazas históricas como la de San Sebastián vieron cómo se prohibían o reducían sus festejos bajo gobiernos nacionalistas. El argumento era económico, pero el trasfondo era político y simbólico. La fiesta de los toros fue apartada del espacio público, sin debate, como si nunca hubiera pertenecido a la vida vasca. Mientras tanto, los toreros vascos eran silenciados o ignorados, incluso tras la muerte trágica de figuras como Iván Fandiño.
La presión se extendió también a los aficionados. En algunos entornos sociales o familiares, declararse taurino es exponerse a ser tachado de “españolista”, de franquista o directamente de enemigo cultural. Así, el vascómetro se aplica no solo a instituciones y espectáculos, sino a los gustos personales. Es una forma de control cultural que no se impone con violencia, pero que margina por desgaste.
El vascómetro insiste en cerrar compuertas, en remachar clavos sobre lo que considera una reliquia impropia. Pero el pueblo, a su manera, se niega al olvido. Allí donde suena un clarín, donde un toro pisa la arena, sobrevive algo más que un espectáculo: sobrevive una memoria compartida que ni los silencios ni las censuras han conseguido extinguir. Gracias también a la televisión, la tauromaquia sigue en el corazón de muchos, aunque cierren plazas o borren festejos del calendario oficial.